Durante generaciones, se nos enseñó a mirar nuestro cuerpo con juicio o vergüenza. Muchas mujeres viven desconectadas de su piel, de sus emociones, de su placer. Pero el cuerpo no es solo una forma: es nuestro templo, nuestro portal, nuestra fuente de sabiduría y poder. Sanar esa relación no es opcional; es esencial para encarnar nuestra verdad.
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